Antonio José Bolivar Proaño se quitó la dentadura postiza, la guardó envuelta en el pañuelo y, sin dejar de maldecir al gringo inaugurador de la tragedia, al alcalde, a los buscadores de oro, a todos los que emputecían la virginidad de su amazonia, cortó de un machetazo una gruesa rama, y apoyado en ella se echó a andar en pos de El Idilio, de su choza, y de sus novelas que hablaban del amor con palabras tan hermosas que a veces le hacía olvidar la barbarie humana.
Luis Sepúlveda
"Un viejo que leía novelas de amor"
"Un viejo que leía novelas de amor"
Este pequeño texto que ustedes tiene encima de estas líneas es el final de "Un viejo que leía novelas de amor" de Luis Sepúlveda. El otro día, ordenando unos libros, me encontré un pedazo de papel con este mismo fragmento escrito a mano. Era mi letra. Leyéndolo recordé que en su momento me pareció muy bonita la forma con la que el autor terminó su novela. Con la ventaja que ofrece el transcurrir de los años me doy cuenta de que el viejo Bolivar Proaño tiene razón, la literatura es capaz de hacer que nos olvidemos de la barbarie. El problema es que la existencia de una cosa no depende de nuestro conocimiento acerca de esa cosa. Se me ocurre que una solución para curar la barbarie humana (valga la redundancia) podría ser la misma solución que el viejo usa para olvidarse de ella. Estoy convencido de que la explotación, la masacre, la impunidad, la exclavitud o el racismo se curan leyendo. Y ya que leemos, hagamos caso a Antonio José y leamos (buenas) novelas de amor. Empecemos por esta. Gracias.
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