8.29.2012

39 Grados

Me resultó curioso (y sospechoso). El sábado abrí un periódico por su página central. Estaba dedicada (toda ella) a la anciana con ínfulas de restauradora que no pudo —o no quiso— dedicarse a sus asuntos y mandó al garete un mural del siglo XIX. Lo normal es que este desaguisado no saliese de los límites del pueblecito de la mujer, ya que el valor artístico de dicha obra es mínimo. Pero estamos en agosto y en vista de la falta de noticias, los medios y las redes sociales se han cebado con el asunto. Toda la pseudointelectualidad de este ocioso país comentó con jocosidad la senil travesura. Probablemente si esto pasa en otra época del año la cosa ni siquiera hubiera trascendido. Pero en agosto todo puede pasar. Cualquier tontada puede convertirse en la noticia del mes.
Amparados en el calor de las aceras vacías de las grades ciudades, los periodistas se pasan las mañanas haciendo sudokos y escribiendo algo acerca de la prima de riesgo y de Merkel y del calor que hace en no sé qué pueblo del bajo Aragón; y claro, ya que estamos en Aragón, nos paramos en Borja y hablamos de la señora del Ecce Homo. Y todo pa' lante hasta septiembre. 
Los informativos del fin de semana nadan en banalidades y naderías con nombres de pueblos remotos que hacen festivales gastronómicos o concursos de eructos y ventosidades  (ambos al mismo tiempo). Pues bien, el mes de agosto es como un fin de semana de 31 días. Y en lugar de hacer más pequeño el telediario lo rellenan con esta casquería insufrible que no le interesa a nadie (salvo a los habitantes de dichos pueblos de pelaje tan pintoresco).
Y con todo esto me he acordado de aquella estrofa de 39 Grados de Quique González:
  
Otro verano de periódicos flacos
y asesinatos en cadena

Tipos que saltan al telediario
cansados de ser reservas


8.12.2012

Las prisas (casi) nunca son buenas


Me enbarga cierta sorpresa al leer el interesante artículo de Yahvé M. de la Cavada en el País acerca de Ten Freedom Summers, el novísimo disco del trompetista norteamericano Wadada Leo Smith. Lo de la sorpresa no se debe al disco en sí, sino al tiempo que el de Misisipi ha invertido en él. Treinta y cinco años lleva este disco cocinándose a fuego lento, lentísimo. Treinta y cinco años para un un homenaje a los pioneros del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos.
Aún no me he atrevido a escuchar el disco; por eso decía que la sorpresa no se debía al disco en sí. Tres décadas y media suponen demasiadas horas como para tomárselas a la ligera.
El porqué de tanto tiempo es lógico: si quieres contar la historia que contiene Ten Freedom Summers, tienes que esperar a que la historia tenga lugar. No se puede hacer la banda sonora de un pelicula que todavía no se ha grabado. Así, la culminación perfecta para dicha historia es la llegada de un negro a la Casa Blanca. Parece ser que ahí acaba el disco. Ahí acaba su historia. Es como si estuviese pensado desde el principio.
Me pregunto qué sentirá Smith al tocar con la yema de los dedos la portada de este disco, al escuchar por fin su trabajo, al ir recorriendo cronológicamente los hechos cincelados en él.
Pienso que así deberían hacerse los discos; y no me refiero al tiempo invertido (que es más que excesivo para un vida de, pongamos, ochenta años), sino a la dedicación. Me explico. En toda discografía de más de cinco o seis discos va a haber alguno de relleno. Es siempre así. Siempre habrá algún Lp que no ha sido creado con la misma dedicación con la que han sido traídos al mundo algunos de sus hermanos. En otras palabras: necesitamos The Times They Are a-Changin' y Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, pero igual nos sobra Under the Red Sky (aunque he de reconocer que ahí hay algún tema que me gusta; el que da nombre al disco por ejemplo). Los disco han de hacerse con mimo y dedicación, con ganas, con trabajo. Un disco muy bueno puede irse al carajo por no haber sido producido como es debido. Y con "como es debido" me refiero a "sin prisas". Porque para mimar hay que tomarse su tiempo. Hay que extenderse. No puedes hacer un buen solo de batería pensando en acabarlo ya para pasar a otra cosa. Tienes que acariciar amorosamente el tempo, posarte en él y estar ahí lo que sea necesario. Y en eso los músicos de jazz son especilistas.

Bob Dylan escribió Like a Rolling Stones de un tirón. Le salió sola. ¿Media hora de trabajo? El cansino Imagine de Lennon fue compuesto en una mañana tonta de 1971. Miles Davis remató el Kind on Blue en un mes y los ensayos para la grabación brillaron por su ausencia. Y, en la otra orilla, Wadada Leo Smith necesitó la mitad de su vida para componer diecinueve canciones. Cuestión de rutina. Y de estilos, claro.
  
Ten Freedom Summers